¿Qué es viajar? Sí, lo sabemos: esta pregunta tiene tantas respuestas como viajeros en el mundo. Alguien toma un avión para conocer esa ciudad que lo cautivó en un libro de infancia. Otra persona compra un boleto para encontrarse de nuevo con un ser querido. Se puede viajar para enriquecerse al contacto con otras culturas. O para celebrar una unión. O para vivir una experiencia espiritual, a través del contacto con la naturaleza. O simplemente para descansar. Hay mil motivaciones distintas, pero algo común a cualquier viaje: las emociones. Viajar se trata de emociones, descubrimientos, revelaciones y memorias. En Surtrek lo sabemos, pues somos, ante todo, viajeros apasionados.
Curiosos. Perfeccionistas. Aventureros experimentados. Gente con raíces y antenas. Las primeras, para afianzarnos en lo local. Las segundas, para percibir el mundo en su enorme y desafiante diversidad. Así somos en Surtrek. Nuestra sede está en Ecuador, pero nuestro equipo proviene de muchas culturas, lo que nos permite compartir la perspectiva y el espíritu de un viajero. Pero lo que nos define, ante todo, es que somos apasionados diseñadores de viajes. Basados en nuestras experiencias concretas, desarrollamos el conocimiento sobre los diferentes destinos y culturas, partiendo de las necesidades y estilos de vida de los viajeros modernos.
En arquitectura, se usa mucho la palabra “parti”. Se refiere a la utilización de conceptos, ideas y conocimiento previo, en la creación de soluciones operacionales óptimas. Eso es, precisamente, lo que hacemos en Surtrek, cuando diseñamos cada viaje a medida. El cuidado de cada detalle, el conocimiento del contexto, nuestras propias vivencias y, sobre todo, los intereses, inspiración y expectativa del viajero, son la base para moldear su experiencia. Usted puede contar con Surtrek, para diseñar juntos el viaje soñado y descubrir América del Sur, en la versión que usted prefiera.
Entre cientos de vivencias de mi vida de viajero, recuerdo una con exactitud. Mi memoria vuelve a una noche sombría y helada. Caminaba tras mi compañero de cordada, con la mirada en el suelo, pensando solo en cómo dar el siguiente paso. Había perdido de vista el horizonte, literal y metafóricamente. Me aferraba a la cuerda y mi mente se perdía en los abismos del miedo. De pronto, un destello de luz atrapó mi atención. La emoción me embargó: estábamos cerca de la cumbre. La incertidumbre se transformó en objetivo. Rodeado de dimensiones nuevas, avancé. El amanecer era majestuoso y yo sentí que experimentaba el mundo cómo realmente era. La cumbre apareció en el horizonte. Tenía 16 años y coronaba el Cotopaxi por primera vez.
Mi espíritu había sido iluminado. Eso es, exactamente, lo que deseo para todos los viajeros: ¡Que nunca dejen de descubrir!